Hernández Gaytán Abraham
El cuerpo. Espacio del ser de otros. Tierra fértil donde
se traza la cartografía de las rutas del poder, y al interior entre entrañas y
vísceras yace pulsante el deseo, obsesión
que permea, condena y atormenta. El silencio, mar que traga y hunde en la sumisión,
es sumisión que en si misma será pegamento de las piezas rotas de la estructura
familiar.
Un hijo aquí, un hijo allá, padre fuera, madre e hija
dentro, piezas del ajedrez público y privado, guerreros de la supervivencia
caótica, síntoma propio y analizador particular de los tiempos actuales.
Amor y desamor de madre, la mujer se extiende del cuerpo
y por medio de él alimenta, y en singular paradoja, la mujer es comida ella
misma. Es cazadora reprimida la cocinera especialista.
Carne trémula y especias en los dientes, Sabina amasa la
carne, niña-madre, loca erótica, loca por las mañanas y loca por las noches, en
el gracioso andar de pureza en el vestido blanco se le cubre la lujuria, objeto
de deseo del hermano incestuoso, el deseo de comerse es deseo de fundirse, naturaleza
perversa de deseo caníbal. Lo placentero es lo sexual, lo es también la comida,
el impulso sexual convertido en comida por medio del rito ha de ser.
Fatal premisa es que la familia ya no cuida, la escuela
ya no educa, la comida ya no alcanza. El pegamento resistente se mantiene pues
es mito fundante, la familia es de y para
el rito. Ilusión de la ilusión, la familia deja de ser en apariencia
institución de contención y apego, cumple con una única función y esta es
preservar el rito.
La mujer sola es imaginada como la mujer carente, le
falta algo, le falta el dador de la vida social, le falta el hombre (Lagarde, 1993). El padre no es sólo padre, es líder, es guía y
centro idealizado de las decisiones del rumbo familiar, el cazador
legítimo. A su muerte, la desolación
subyace.
Padre y madre guiaron de manera peculiar, educando de
forma alterna al orden social y cultural, reproduciendo en su día a día su
propia estructura ermitaña llena de usos y costumbres. Es historia de tradición
que los distingue y que es a su vez, lo único que poseen y que les da
singularidad, es obra maestra, es ícono de supervivencia. Son lo que hay y lo que hay es el rito. Salir y cazar seres
humanos, prepararlos en sincronía con el tiempo de los relojes, y al unísono
comerse el cuerpo inerte elaborado por las manos femeninas.
Pero el tiempo mantiene característica inmóvil, el tiempo
es sólo señal del momento futuro que castrante ha de llegar. Tiempo vuelto
presión, es elemento simbólico de la necesidad de recordar el por qué de la
necesidad creada e impuesta de permanecer juntos como familia. El amor familiar
pierde su inmaculada significancia.
El rito presiona y castiga, el rito impone y dispone. Se
cuela entre la ideología, se filtra de la idiosincrasia, llega a la familia
como superestructura de la producción de alimentos, como reproducción de
estructuras de la institución familiar. Aquí, discreto, el trabajo doméstico
apuntala y sucumbe a la feminidad de Patricia la madre y Sabina la hija. Se
construye la privacidad y domesticidad y articulando sus formas de coerción:
dolor, temor, cautiverio, reclusión, exclusión, prohibición, premiación,
vida-muerte (Lagarde, 1993).
Patricia cumple, Patricia enseña su cultura en base a qué
es ser hombre, qué es ser mujer y las situaciones en las que se obedece. Pero
la madre nunca puede ser buena, la madre es mala porque no puede cubrir real y
simbólicamente los requerimientos maternos de los otros. Este incumplimiento es
identificado simbólicamente con la maldad (Lagarde,
1993), Alfredo gritará: “¿Por qué
me odias tanto? ¿Por qué siempre me haces a un lado?” Ella contestará “Yo no hice nada, ustedes nacieron así”
En su respuesta está la negación, aparta de sí la maldad, se aleja la culpa, se
distancia de la etiqueta, pero en la mente del espectador una cosa es clara,
Patricia es mala pues si son caníbales y sufren todo es su culpa. El imaginario
social, poseso del público cinéfilo, apunta y dispara.
Y sobre la maldad de Patricia la brujería, que le subyace
en la elección de sus propios códigos ajenos a lo dominante en lo social, es la
transgresión a lo prohibido. El saber prohibido le da poder, el pecho materno
le da poder, su fortaleza también, pero destino de madresposa y loca ha de
cumplir pues nunca ha de ser más que un hombre en casa “Yo tengo más derecho que él (Alfredo)” reclama Patricia, pero la
voz es silenciada por Julián quien, “violento,
engaña, y es trampa” pareciera que tiene más derecho que Patricia. La madre
lucha por el reconocimiento y liderazgo “No vuelvas a decir que no he hecho
nada por mi familia”, compite contra Alfredo y Julián, compite contra los
estándares puestos por el difunto esposo, el rol genérico, el rol del rito,
compite contra su deseo sexual, compite con las putas y compite contra Sabina,
la hija que es competidora desleal, espejo de la propia mutilación (Lagarde, 1993). Loca de la punta a los pies,
loca de lo simbólico a lo material, de lo genérico a lo biológico, la locura
trasciende el canibalismo, Es lo que hay
y lo que hay es locura, el hecho de ser mujer.
Sabina, lactada simbólicamente como carente por condición
genérica es puesta a disposición de la búsqueda de lo que le falta (Lagarde, 1993). Identidad femenina fracturada
resulta sin renuncia al goce, Sabina escapa callada a la opresión de ser
niña-madre. “¿y tú cómo los conoces (a los del centro comercial)?” pregunta
Alfredo, “Tú te la pasas detrás de la cortina, que no se te olvide con quien
estás hablando” Lo anterior muestra las escapadas al mundo público fuera del
cautiverio doméstico del que es presa.
En el cautiverio es aprendiz de la madre y madre de sus
hermanos, los cuida, los cura y prepara sus alimentos. Como larva de madresposa
Sabina mueve las redes de la jerarquía familiar instituyente “Yo no puedo ser
el líder, pero si quieres te puedo ayudar”, es la renuncia para que no se sepa
que ha cometido faltas a la maternidad (vista como rival y filial) y al poder.
Ser lideresa atenta contra el eje normativo sexual, la institución familiar y
la moral, a pesar del deseo pulsante, asegura la condición patriarcal de
Alfredo y sublima al ser quien “lo ayude”. Sabina Es lo que hay, y lo que hay es cautiverio doméstico, cautiverio
erótico, materno y clínico.
Alfredo se debate entre los límites de ser líder, la
autenticidad, la legitimidad, el simbolismo fálico y la exigencia de ser un
hombre de verdad y no fallar en el intento. El poder le es otorgado desde las
enseñanzas del padre en apego distante e identificación en la madre. Pero la
mala-madre le rechaza, desdén que surge en la competencia de la que no desea
ser partícipe. Presenta resistencia ante la práctica caníbal, ante la comida de
sus madres, éstas, heridas por su extensión narcisista, bloquean toda
posibilidad instituyente, pues ellas por condición genérica descubren la
amenaza que implica la supresión del rito, el rito las constituye en su rol
doméstico, en la base de su feminidad, sin rito ellas dejarían de existir.
Orientación sexual difuminada subyace ante la práctica
sexual homosexual, Alfredo “está vivo”
y al caer en cuenta satisface a la pulsión, come carne de Gustavo, Gustavo es
catexia en sí mismo, lo come a él porque se alimenta las necesidades del ello
negadas, se rebela ante el rol de líder pero la culpa no se hace esperar. Su
comida debe ser compartida con aquellos que lo alimentan en casa, Gustavo es
objeto de deseo por doble partida: sexual y comida del rito. Pero hay comida
que es venenosa y es la carne del homosexual y de las putas. Alfredo es lo que hay y lo que hay es
confusión del rol.
“Yo no me voy a
comer a un maricón” sentencia Julián, “ahora
si se te va a hacer comerte a una puta como lo hacía papá” dice Sabina a
Julián. La carne de puta es contracatexia; la madre las odia y es placer
prohibido, placer del padre y es perdición, placer de Julián y es machismo. La
puta es para el otro en toda la extensión, es placer y es comida “si quieren viólenme”, Julián sucumbe y
la madre despedaza. Julián es lo que hay
y lo que hay es necesidad del falo.
La puta es amenaza, es el punto que permite que la
familia se desintegre “Esas cerdas lo
mataron”, “querían cogerse a mis hijos, esto es lo que les va a pasar si se
vuelven a acercar a mi familia” sentencia Patricia. La puta es la otra,
amenaza tortuosa de madresposa, por eso Patricia debe acabar con ellas.
Pero la madresposa es empática con la puta cuando ésta
oferta su cuerpo en pro de la manutención de los hijos. Patricia se relaciona
sexualmente con el taxista y lo lleva a casa, anula reactivamente asesinándolo
y preparándolo para el rito. Ahora, purificado el taxista y purificada como
madre lasciva, es capaz de otorgar alimento a sus hijos “Tenemos que comernos a este hombre, sólo así podemos detenerlo (a las
calamidades acaecidas)”. La puta es
lo que hay y lo que hay es cuerpo en satisfacción del otro.
La madre parte con su dolor y abandona a los hijos, acto
de condena idiosincrática que ha de pagar frente a las putas, tropa de mujeres
que sabedoras de su papel relegado frente a la madresposa, dan al espectador la
lección de que la mala-madre debe ser castigada.
“Estas vivo”
simbolismo de la autonomía en Somos Lo
Que Hay. El cuerpo es tierra fértil y más fértil es considerado el de la
mujer “Alguien tiene que sobrevivir, es por el rito”. Alfredo-vivo prueba los
sabores del ello en boca de Gustavo, es turno de Sabina la fértil, la que es
sobreviviente por condición genérica, la que ha de criar y transmitir sus
costumbres y tradiciones a sus hijos. Por eso es atacada por Alfredo, quien en
su acto caníbal cimienta las bases victimizantes en su hermana para que ella
sea compadecida y pueda sobrevivir.
La institución narcisa no ha de dejar morir su obra, “está viva” y Sabina es quien debe
perpetuar el rito, no pueden hacerlo ni Julián ni Alfredo porque padres hay
muchos, pero madres, y madre como Sabina lo fue, es y será, sólo hay una.
Son lo que hay y lo que hay es institución.
Análisis de la película de Jorge Michel Grau "Somos Lo Que Hay" para la asignatura Psicología y Género en la Licenciatura en Psicología del Centro Interdisciplinario de Ciencias de la Salud Unidad Santo Tomás, escrito por Abraham Hernández Gaytán, con aportaciones de Rodrigo del Ángel (IPN-CICS), Hazel Quinto (IPN-CICS) y Arlet Díaz de León (UNAM-MX).